Mi bisabuela era empresaria, propietaria de cines, teatros, funerarias y carpinterías. Lola se llamaba. Su hija Lola, tocaba la guitarra y el piano. Murió a los 36 de una enfermedad del corazón, con tres hijos y la mayor era mi madre: Lolín.

Lolín perdió a su madre a los 12 años y tuvo que hacerse cargo de sus hermanos y una casa. Cantaba muy bien, pero había visto cómo era el teatro y los artistas de la posguerra desde dentro y nunca quiso que yo me dedicara profesionalmente al arte. Un día se quedó sin voz de un disgusto y dejó de cantar.

Yo, que ya sabéis que me llamo Lola, tuve que luchar con la idea de mi madre para ser lo que he sido hasta ahora, y claro, viniendo de una madre, he tenido que reunir fuerza interior y atravesar obstáculos de todo tipo para no negarme. Ahora me siento la suma de cualidades de todas ellas. Me da fuerza sentirlas así, acompañándome desde dentro. He comprendido el dolor de nuestros nombres. Me hago cargo del mío y aquí estoy, feliz de no haberme abandonado. Gracias a todas por lo que me habéis dado.

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